miércoles, enero 03, 2007
posted by Rasha at 1:40 p. m.




Me enamoré de su ropa tendida; de la colada que colgaba de las cuerdas los domingos y miércoles; de la alegría que invadió el edificio desde que aquellas prendas comenzaron a tenderse en la azotea. Los domingos ropa de color, los miércoles, blanca.

Me enamoré de aquellos pijamas, colocados al lado de las sábanas como si les costara despedirse de ellas, como si buscaran el olor de las noches que habían compartido.

[...] La azotea se llenó de pinzas que combinaban con cada una de las prendas, rojas para aquellas en las que predominada el rojo, verdes para las verdes, amarillas, moradas, turquesas...

[...] La veía desde la ventana de mi despacho. Siempre me había gustado aquel paisaje de antenas y de chimeneas contra aquel trozo de cielo que antes había considerado sólo mío, y que empecé a compartir dos veces en semana.


Lloré cuando se tiñieron de negro las faldas y las blusas, y las pinzas se transformaron en sobrios enganches de madera unidos por un muelle. Me alivié cuando volvieron los dibujos de colores y las pinzas a juego. La eché de menos cuando desapareció cuatro miércoles de verano, con sus cuatro domingos, y la terraza ardió más tórrida que nunca.


[...] Viví con ella un año entero, pero nunca me atreví a salir a la azotea. Hasta que un miércoles, se soltó una de las pinzas azules de sus sábanas. El viento la zarandeaba como si quisiera vengar alguna ofensa, furioso y enloquecido. Hasta que la otra pinza también saltó por los aires.

Llegué antes de que aquella blancura rozase el suelo. La cogí, la dejé en su lugar, la sujeté con la misma pinza que su compañera de cama, y salí de allí a toda prisa.

El jueves por la mañana, las cuerdas estaban vacías, pero en el espacio que había ocupado la sábana, reinaban siete pinzas de colores. Desde entonces salí a la terraza muchas veces. Cada día cambiaba alguna pinza, una mía por una de las suyas. A la mañana siguiente siempre tenía mi respuesta, siete pinzas distintas cada día.

Nunca ví a su dueña, ni siquiera cuando una tarde escuché sus pasos a deshora, y sentí su presencia al otro aldo de mi ventanal. No me giré a verla, ni quise dejar de imaginarmela pequeñita y redonda. Al fin y al cabo, yo sólo me había enamorado de su ropa, tendida en la soledad de mi azotea.

.

.

Pd: Vecina de arriba, siento mucho haber tenido que poner foto de tu ropa tendida.




 
6 Comments:


At 03 enero, 2007 14:17, Blogger El detective amaestrado

Hay una canción de un grupo que me encanta, La buena Vida, que habla de eso..."Ayer por fin te vi, tendiendo la ropa"

 

At 03 enero, 2007 21:57, Blogger Arcángel Mirón

... y hay un poema de Benedetti, llamado Socorro y nadie, que habla de algo parecido.

Muy buen texto.

 

At 04 enero, 2007 19:49, Anonymous Anónimo

precioso texto


me alegra ver cosas mas alegres por aquí!!

todos los pájaros estábamos mojadso enfilados en la cuerda de tender...

 

At 04 enero, 2007 23:02, Anonymous Anónimo

Paloma: Gracias niña ;)

Euria: Gracias ;) Siii es mia, últimamente las q pongo son mias...asi estreno la cámara :)(sonrisa).

Besos a las dos.

 

At 06 enero, 2007 21:38, Blogger Cervinia

"como última señal
de vida
la camisa
oreándose en la cuerda
agita enloquecidas
blancas mangas
que reclaman socorro
pero abrazan el aire"
este es el poema de benedetti
beso

 

At 07 enero, 2007 12:19, Blogger Eresus Online

Joe, que historia más curiosa...no te pudo la intriga de ver quién/cómo era esa persona...Yo no hubiera resistido a mirar.
Ey...echo de menos unas palabras de alguna canción, o el título...a ver si lo adivinaba; pero me alegro de no leerte tan triste.
Besote

 



Estadisticas de visitas